Todo comienza con un crimen pasional: por celos, un hombre prestante asesina a la mujer a la que más ama en el mundo, incluso por encima de su madre. Desde las profundidades de un calabozo en el pasillo de la muerte en Estados Unidos, él toma la pluma y cuenta su historia. Su narración explora con minuciosidad lo que lo llevó al asesinato. Cada gesto, cada palabra mal dicha, cada recuerdo..., todo es examinado. Nos sumergimos en los meandros de una conciencia compleja, forjada por una sociedad igual o aun peor. Un país macondiano de tiempos modernos tiene un papel central en la tragedia del narrador. Allí, más que en otras partes, mucho amor acaba con el amor. Para el asesino de Peggy o los personajes
secundarios de esta novela polifónica, que vienen a decir a su vez sus desgracias, la dificultad para encontrar su lugar en la vida, el deseo de escapar a los roles que les quieren imponer y, sobre todo, la incapacidad de amar como lo desean..., Stendhal se convierte en el común denominador: «El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio».
Este libro es una mezcla de Ernesto Sabato (El túnel) y Franz Kafka (Carta al padre), pasando por Platón, Séneca o el mismo Voltaire frente a la noción de delincuente. Y al mismo tiempo es un elogio de la literatura universal, servido por el narrador y su vasto bagaje cultural, y el constante
cuestionamiento de quiénes somos realmente como personas y quiénes son los verdaderos culpables de lo que nos ocurre.