Javier De Nicoló, el «callejero de la fe» era, como salesiano, signo y portador del amor misericordioso de Dios que él mismo experimentó en su infancia y niñez, bajo los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En la acogida y oportunidades que los salesianos de Bari, Italia, su ciudad natal, le ofrecieron entonces, sintió que Dios lo llamaba a una misión especial: ser como Don Bosco «padre de muchos hijos padre». Padre de los vulnerables, los descartados, de los etiquetados y peligrosos niños de la calle: «los gamines». Supo ser el padre que creyó en ellos: «son estupendos muchachos ? magníficos», solía decir. Creyó en quienes nadie creía para generar la confianza y cercanía necesaria para conquistarlos. Supo ser padre educador de su libertad, suscitando en ellos el vivo deseo de ser más y de lograrlo para eliminar la injusticia, la mentira y la maldad en ellos y disminuirlas en la sociedad.