Individuo errante es un viaje en búsqueda de la identidad que se realiza en dos vías paralelas: la geográfica y la interior o espiritual. La forma de esa primera búsqueda es el exilio voluntario, o mejor, necesario, pues al protagonista no le alcanza su país para encontrarse; su viaje no es el del turista, al contrario, decide habitar las ciudades en su integralidad: aprendiendo el idioma, tomando trabajos, enamorándose y haciendo amigos, y especialmente vagando por las calles como cualquier ciudadano nativo. El segundo viaje, paralelo al anterior, se concentra en descubrir cuál es la identidad que define al protagonista. Es aquí donde el personaje descubre el auténtico sustituto para la patria que nunca tuvo, y es la literatura: su lectura y escritura. Más que patria, esta se convierte en su casa (parafraseando a Heidegger), lugar al que puede llegar a descansar de los sinsabores de la vida en el exilio, y donde guarda los afectos y los aprendizajes de tantos ires y venires por Europa y América. A estos dos viajes invita Individuo errante, y ciertamente logra que el lector se convierta en compañero de travesía del protagonista, se sentirá conmovido e implicado en la búsqueda y el hallazgo de Falah Mengu.