Paloma de cristal es un libro fresco y sensible. Sus criaturas respiran por sí mismas en su candor, su egoísmo, sus odios y sus extravíos. Está escrito en un lenguaje directo que rescata el placer de contar bien y con propósito. Es, además de una hermosa fábula, un homenaje a la cotidianidad de la escuela primaria, en cuyas aulas y patios alborotadores surgen amistades duraderas y en donde se encuentran compañeros con historias impensables, niñas y niños procedentes de otras regiones y culturas de nuestro país. La obra está escrita con claras intenciones pedagógicas y morales, marcas de identidad a las que la literatura para niños y jóvenes sigue fiel. La paloma de cristal en ningún momento esconde el hecho de estar compuesta con la intención de mostrarles a los niños, las familias y los profesores colombianos los vacíos de una educación que solo prepara para trabajar, ganar dinero y ascender en la cuesta social, y deja de lado los valores de la convivencia, tan necesarios en los hogares y las regiones de origen y residencia de los alumnos. Los méritos de la obra son los méritos del autor, Víctor Méndez, un joven profesor que, bien puesto aparte, mueve los hilos de su historia con la sabiduría discreta de un docente que, aparte de estar familiarizado con el espíritu de la cultura en la que sitúa la novela, conoce en detalles los particulares ritmos de los protagonistas, docentes, niños y jóvenes con lo que habrá cruzado experiencias.