Si nos preguntáramos alguna vez de qué materia está conformada la poesía, bastaría con contemplar la creación entera y mirarnos al fondo de nosotros mismos para así comprender el misterio de un oficio que no tiene definición, ni solución, ni raciocinio. Y es eso precisamente lo que el lector va encontrarse a todo lo largo y ancho del libro. Entre la lumbre y el agua, de María Clara Ospina, a medida que va avanzando en su lectura, a través de sus nueve capítulos titulados: Amor a morir de fragua, Flor de agua, Tréboles del olvido, Tiempo de silabario, Ventisca de lágrimas, Luna creciente, Lienzos y luz, Odisea de albatros y Hora de cigarras, cada uno de los cuales obedece a una vivencia o duende específicos. María Clara Ospina nació con el don de la creación poética. Sabe expresar el esplendor de sus instantes u obsesiones con la más asombrosa capacidad de condensación, y en medio de la más sencilla riqueza verbal suele revelar el alma del mundo y a la vez el mundo insondable de su alma. En vivaz exaltación, su poesía se fija en el hallazgo inesperado de un arrozal, en el aire de palomas que se perpetúa en su ventana de palabras, en la mínima luz de cada instante, en los destellos de la piel marina, en el rayo insular de cada olvido, en el aroma de amor que invita a los enigmas, en el yo, en el tú, en el mañana, en el dolor por los bellos ausentes, en las ciudades literarias de vuelo inmóvil, en las perdidas geografías del perenne incendio del tiempo; en el fuego de azúcar del Caribe y en las raíces milenarias de su América andina. De aquí en adelante, es el lector, de la mano de la autora, quien recibirá el deleite espiritual de una poesía escrita con la tinta del corazón, de la nostalgia y de la esperanza.