Novela 2012
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Ilustración
Una monja deja descender su mano por su propio vientre y, con los dedos humedecidos por el deseo, decide escribir una autobiografía apócrifa (que esquive la ortodoxia, escrita para que escape de los ojos represivos de los hombres, escrita para sí misma) sobre su cara, sus senos y su vientre, en las piernas y en los brazos, las uñas de sus pies y de sus manos, su cuello y sus hombros, en la espalda y en los glúteos. Su cuerpo comienza a ser un mapa una isla hecha desde la oscuridad del convento, en el que se mezclan una geografía oficial, hecha por la cartografía y la razón, y otra hecha con el orden y la distribución de una mandala, subversiva, imaginativa, personal, llena de los fracasos sexuales, del amor y sus vergüenzas. En su cuerpo se perfila el límite por el que se separan o se yuxtaponen, en el Nuevo Mundo o en la nueva isla, la premodernidad y la modernidad, los cánones medievales de la fe y los paradigmas de la razón, la pluma y la máquina de escribir. Cobran vida, entonces, los personajes por los cuales dicho límite se tensiona o se afloja, se diluye o se intensifica: su padre, quien fue su mentor y la guió por el camino de la escritura; su primer esposo, constructor de caminos; el herbolario de Hildegard Von Bingen; la voz, los ungüentos y el humo del chamán; la mirada occidental, clasificatoria y nominadora de Humboldt y Mutis; Rrose Sélaby, cuyo sentido de la vida es enigmático y parece ir a la deriva; el padre Faraón Angola, quien inventa las biografías de los NN; Wilhelm Reich, sicólogo alemán que le cuenta historias a las prostitutas; José Salvany, barcelonés tuerto y cojo, y los niños vacuníferos que buscan curar un abanico de culturas indígenas contagiadas por la viruela; una antropóloga que lleva en su espalda los huesos que ha dejado la guerra; un crucifijo que sirve como símbolo del amor divino y un árbol lleno de bonobos promiscuos. Entre todas las historias y los personajes de Voto de tinieblas se despliega una reflexión en torno a las posibilidades y restricciones que una monja de la primera mitad del siglo XIX (momento de transición y cambio radical y racional, pero también de reticencia al desarraigo y a las transformaciones) debe afrontar al momento de escribir teniendo en cuenta a los lectores críticos, cómplices o agresores, a los que deba y quiera enfrentarse. Paralelo a esto se teje una reflexión en torno a la memoria personal y colectiva. Se perfila la manera cómo se van acabando las poblaciones indígenas cuando sus relatos, las historias de los objetos con los que alguna vez tuvieron contacto o los huesos anónimos cuyas biografías deben inventarse, van siendo devorados por la plaga del olvido (que se cuela entre la plaga de la viruela y la de la guerra). A pesar de esto hay personajes que intentan comprender y compadecerse del otro, identificarse con su memoria, borrar las distancias culturales, cambiar los papeles y hacer del vencedor el vencido o tratar de difuminar los antagonismos que se dibujan en las geografías del cuerpo.
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Bogotá
Ciudad
978-958-8732-45-9
ISBN Digital
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